Blog Desde el interior del bar en el que nos tomábamos un café y los correspondientes bollos el segundo día de nuestro Camino parecía de lo más amenazante: húmedo, neblinoso y, aparentemente, con la lluvia como una posibilidad cercana.
Así salimos de Portomarín, un tanto preocupados por lo que podría depararnos la climatología y, justo es decirlo, también con un ojo puesto en mi tobillo (lo que son las cosas, ya no recuerdo si era el derecho o el izquierdo) que venía doliéndome desde la tarde anterior y amenazaba con complicar bastante el camino.
La etapa del día debía de llevarnos desde Portomarín a Palas de Rei (unos 25 kilómetros), además había un punto intermedio de importancia: llegar a Ventas de Narón a eso de las 12 para poder hacer desde allí mi conexión con el Estamos de fin de semana de esRadio.
Íbamos, por tanto, mirando al cielo, a mi pie y con prisa, malos ingredientes todos, aunque muy pronto empezamos a disfrutar del paisaje, pues al poco de salir de Portomarín y justo tras cruzar el Miño nos internamos en uno de los tramos más bonitos de todo el Camino, de hecho, en mi recuerdo se conserva como el más hermoso.
El sendero a seguir tomaba una pronunciada pendiente y se internaba en un bosque de grandes árboles viejos, sobre todo robles y castaños. La niebla era muy espesa y lo cubría todo con una capa de irrealidad; la humedad le daba al verde de hojas, plantas y musgos una intensidad y una saturación poco menos que increíbles.
El bosque nos envolvía, el paisaje resultaba mágico.
Así estuvimos andando, peleando con la feroz cuesta y con la prisa y parando lo justo para sacar alguna foto y empaparnos de la naturaleza que nos rodeaba.
Unos kilómetros más adelante, más o menos una hora después, fuimos dejando atrás el bosque y los prados se abrían a nuestros lados completamente cubiertos de niebla, dejándonos ver sólo la silueta, poco menos que fantasmal, de algún árbol solitario.
Y un poco más allá dejamos también la niebla atrás, hecha una espectacular nube en el horizonte y nos dimos de bruces con un día soleado, en el que acabamos pasando casi calor.
Una vez solventado el trámite radiofónico, no sin llegar con cierto agobio al punto prefijado, nos tomamos lo que restaba de etapa con algo más de tranquilidad, comimos en un pequeño restaurante al borde del camino y llegamos a Palas de Rei con tiempo para descansar (sobre todo un servidor que tenía el tobillo como un higo) y para darnos después una estupenda cena.
Ya habíamos hecho dos etapas y andado unos cincuenta kilómetros, las agujetas más espantosas de mi vida habían llegado para quedarse pero seguíamos adelante.
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